Revista Mångata

Una ojeada al pasado.
Por: Ana Rosa Villalva

El Museo Universitario Casa de los Muñecos, que pertenece desde 1984 a la máxima Casa de Estudios de Puebla, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, se ubica en la que fuera propiedad del regidor Don Agustín de Ovando y Villavicencio durante el siglo XVIII (30 de abril de 1784).
Recibe su curioso nombre del uso popular, por los motivos que adornan su fachada y que aluden a varias figuras humanas. De estilo oriental, estas figuras, se cree, son la caricatura de las autoridades de la época del regidor, quienes no consentían que la casa se construyera más alta que las del propio cabildo.
De Ovando y Villavicencio nunca vivió en esta casa barroca, sino el empresario poblano Esteban de Antuñano (reconocido por haber fundado la primera fábrica mecanizada de hilados y tejidos de algodón en la región) alrededor de 1818. Para 1835, de Antuñano la usaría como almacén de hilados.
Este museo alberga 3000 obras de arte que conforman el acervo cultural universitario. Estas piezas van, desde valiosas pinturas de la Nueva España, del México Independiente y contemporáneas, hasta artefactos científicos para explicar la Óptica, la Acústica, la Electricidad y la Mecánica que pertenecieron al antiguo Colegio del Estado, antes Imperial Colegio del Espíritu Santo1, fundado en 1578, con sede en el Edificio Carolino, del cual se encuentra una maqueta a escala en la sala llamada Adalberto Luyando.
En este espacio conviven armoniosamente el presente y el pasado, y de los cinco sentidos, el que se pone a prueba al máximo, es la vista, tras un recorrido por sus salas. Veamos.
Por un lado, en las salas Francisco Xavier Clavijero y Francisco Javier Alegre se exhibe el proyecto del Colectivo La Pesera, Barrio de San Antonio: Fotografías desde el Interior, una colección de imágenes en color y en blanco y negro que fueron tomadas por algunos niños que viven en dicho lugar.
Estampas de una cotidianidad absoluta, la mirada de esos infantes se convierte en una manifestación cultural del día a día. Una de las fotografías que causa impacto por su expresión artística es la número dieciocho, pues carecen de título, en la cual se observa un crucifijo tomado desde abajo donde los pies del Cristo están en primer plano. Considerando que el autor es un menor, esa fotografía es estupenda. Es un arte de la actualidad que evoca épocas pasadas y momentos presentes en un mismo lugar.
También de actualidad es el trabajo de restauración a que han sido sometidas algunas de las pinturas que conforman el conjunto de obras del museo. Ha sido una labor excelente y como ejemplo están los cuadros anónimos de la Santísima Virgen de la Luz que datan del siglo XVIII.
Otra convergencia del pasado con el presente, aunque ese presente al que se refiere aquí no sea el actual, se puede ver en la pintura del siglo XVII, de don Juan Tinoco, Los Trece Apóstoles, donde el artista plasmó al apóstol San Pablo junto a Jesucristo y los doce.
Por otro lado, el museo enfrenta al espectador con un pasado emocionante y escalofriante al mismo tiempo. En la sala Diego José Abad, es emocionante vislumbrar los huesos de mamut encontrados en Valsequillo y es escalofriante reconocer que muchos de los animales disecados que contiene el recinto están extintos.
Emocionante es encontrar, en la sala Herminia Franco2, una silla de barbero que servía también como unidad dental (¡Dios guarde la hora!) y escalofriantes son la momia de Atlixco descubierta en 1858 y la cabeza reducida a la moda jíbara.
En la sala Oscar Aceves Pérez, hay un osciloscopio que, para buena fortuna de todos los que vivimos en la ciudad de Puebla, aún no ha probado su eficacia, y en la sala Rafael Landívar un sismógrafo y un pluviógrafo se muestran en muy buen estado, entre otros artefactos científicos muy interesantes.
En la sala Ana María Constanza Centurión Álvarez3 se exhibe un busto de Esteban de Antuñano, escultura realizada por Mariano Centurión y Azcárraga.
Mención aparte, pero no menos interesante, merecen los nombres que se han dado a las salas porque también son un registro de ese confluir armónico y temporal. De los que aparecen aquí, cuatro remiten a sacerdotes jesuitas, uno al autor de los libros La catedral de Puebla (1986) y de Puebla Monumental (1981), entre otros; y dos nombres femeninos que causan profunda admiración. El de la primera mujer médica de Puebla2 y, además, veterana de la Revolución, y el de una aristócrata3 que, a los 92 años de edad, tuvo a bien donar 25 obras de su padre al Museo Universitario en cuestión.
Definitivamente, el recorrido a través de todas estas salas de exposición puede resultar en una experiencia tanto gratificante como edificante, siempre y cuando se cuente con tiempo suficiente y con la ayuda de un guía experimentado y conocedor de la historia de todas las cosas que alberga el museo.
De lo contrario, si la visita se hace a la carrera y con una guía desinteresada y neófita, el acontecimiento puede tornarse aburrido y dejar muchas dudas en el espectador.
Ya lo decía Steve Jobs: “La única manera de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace”.
1 El mote de “Imperial” se le impuso tras el arribo al poder de Don Agustín de Iturbide y durante la presencia de los infortunados emperadores europeos, Maximiliano y Carlota.